10 de diciembre de 2013

Tocar el dolor

Dolor, tristeza, rabia, enojo, resentimiento son todos sentimientos que nos enseñan a evitar lo más posible y desde niños aprendemos a negarlos. "No te enojes", "l@s niñ@s que lloran/se enojan se ven fe@s", "no estés triste", "llorando no resuelves nada" y toda una serie de frases de repertorio paternal nos incrustaron la creencia de que estos sentimientos son "negativos", tanto, que lo mejor es ocultarlos bajo la alfombra y fingir que estamos bien y nada pasó. Qué error tan grande.
Durante mis clases y procesos grupales es muy común que en ciertos ejercicios salgan a flote algunas de estas emociones reprimidas y normalmente son sucesos que, aunque añejos, causan mucho dolor. Incluso algunos alumnos me llegan a comentar que les resulta difícil tocar ciertas partes de su pasado, porque remueven cosas que habían elegido ignorar.
En esta sociedad de respuestas inmediatas no hay tiempo para perder en lamentaciones, simple y sencillamente no es productivo. Y si a eso le agregamos la incomodidad que nos provoca estar cerca de alguien que se encuentra en un momento de dolor o pena, entonces es claro por qué sentimos ese rechazo casi casi patológico a las emociones "no alegres", por así decirlo. No nos enseñan a lidiar sanamente con ello y todo trato con esta clase de emociones se da a través de la negación. Y si no nos permitimos tocar nuestros propios dolores, imagínense entonces cuándo vamos a ser capaces de poder ser empáticos con los de los demás.
Seguido veo ejemplos de la forma en que solemos escapar de un enfrentamiento cara a cara con el sentir del otro y para eso como mexicanos nos pintamos solos porque ante el sufrir ajeno siempre tenemos el chiste adecuado. Piensen en cuántas veces decimos algo para intentar hacer reír a alguien que llora. Pareciera que nuestro interés es minimizar el sentimiento presente, es más, hasta lo decimos abiertamente cuando exclamamos: "no pasa nada". Pero sí pasa y es sumamente importante aprender a tocar estos sentimientos, empezando con los nuestros para así poder vivirlos sin miedo junto con otros.
¿Cómo hacerlo? Al inicio probablemente cueste trabajo, pero lo que hay que hacer es simple y sencillamente admitir el sentimiento como es en ese momento, recibirlo sin tratar de ponerle etiquetas o justificarlo, sino dejarlo fluir por un rato tal cual llegó, reconociendo: "estoy enojad@/triste/frustrad@/etc." Normalmente, cuando esto pasa y se permite que la emoción fluya, llegará un momento donde su intensidad bajará y entonces es posible empezar a procesarla: ¿Por qué me siento así? ¿Qué fue lo que provocó esto?
También es importante tener en cuenta que el proceso emocional es diferente entre persona y persona. Por eso no hay que comparar con lo que han vivido otros, pues solamente el que sufre sabe cuánto, cómo le duele y cómo lidiar con ello. En clases de desarrollo humano solemos decir: "a mí me duele más mi callo que tu cáncer", esto porque sencillamente mi dolor es mío, sin importar lo "grande" o "chico" que sea.
Este reconocimiento del dolor propio es el primer paso para poder acercarme al otro, en este mundo en el que realmente estamos necesitados de empatía y comprensión con el diferente. La división social que vemos diariamente tiene mucho que ver con nuestra capacidad de comprender y conectar con el sentimiento ajeno, por lo que es importante que dejemos de negarnos la oportunidad de sentir plenamente, incluso aquello que hemos aprendido a ocultar.

*Publicado en El Mosquito el 17 de noviembre de 2013 
**Imagen tomada de internet

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