Se hizo
realidad la pesadilla en la que volvían a nuestra mente palabras como
“déficit”, “desaceleración” y carga tributaria. Estamos viendo el regreso de
aquellas viejas prácticas en las que el gobierno, incapaz de administrarse
adecuadamente, pone la carga de su manutención sobre los hombros de la clase
media cautiva a través de la nueva reforma hacendaria.
Esta
iniciativa fue entregada este domingo al Congreso por el presidente Enrique
Peña Nieto y lo que inicialmente llamó la atención fue que en ella no se
contemplaba gravar con IVA alimentos y medicinas, como se esperaba según los
augurios de diversos analistas económicos. Hasta aquí todo era sorpresa y
júbilo por la sensibilidad mostrada por el Ejecutivo hacia la ciudadanía y sus
dificultades en el entorno actual.
Sin
embargo, en su discurso triunfal de hace una semana el presidente Peña
inteligentemente omitió la explicación sobre todo aquello que sí será sujeto de
impuestos y dejó esta responsabilidad sobre su Secretario de Hacienda, Luis
Videgaray. Y ahí fue cuando se nos vino la noche.
Una vez
pasada la euforia inicial, el análisis más profundo nos reveló cosas que
parecen casi macabras: se gravarán las colegiaturas, los conciertos, los refrescos,
las utilidades, el alimento para mascotas y hasta los chicles.
Ponerle
impuesto especial a los refrescos y bebidas azucaradas me parece maravilloso en
un país donde la gente bebe cola como agua de uso y donde la obesidad y la
diabetes son las principales causas de muerte. Punto a favor.
No
obstante, ponerle impuestos a las colegiaturas me parece hacerse un “harakiri”,
puesto que está comprobado que la universidad es el principal motor de la
movilidad social. Me explico: si alguien pertenece a la clase baja, pero tiene
acceso a la educación universitaria, aumentan drásticamente sus posibilidades
de subir un peldaño hacia la clase media (o más). Y sucede lo mismo con
aquellos de clase media, que con estudios superiores tienen más facilidades
para acceder a la clase alta. Por eso, ponerle un impuesto a la educación
privada es una señal de falta de interés en el desarrollo, así de simple. Es
quitarle a un 70 por ciento de los jóvenes el derecho de acceder a una
educación de calidad que, por cierto, el Estado les debería proporcionar. Si las
universidades públicas solo pueden atender un 30 por ciento de la demanda,
¿quién se hará cargo de aquellos que no puedan absorber el costo extra que este
impuesto implicará?, ¿quién garantizará su derecho a la educación?
Curiosamente
el Congreso decidió discutir (y aprobar) esta iniciativa el martes por la
noche, justo a la hora en que se transmitía el partido de la Selección Mexicana
contra la de Estados Unidos. Dicen que no hay que sospechar, pero, ¿no les
suena un poco raro? ¡Es una extraña coincidencia!
Esta
brevedad de tiempos –la reforma se presentó el domingo y pasó ¡el martes!- dejó
a todos fuera de balance. No hemos terminado de entender de qué se trata y cómo
se va a distribuir la nueva carga tributaria, cuando ya la tenemos encima. Por
eso han surgido voces exigiendo un análisis más a detalle antes de que el
Senado la apruebe y entonces sí ya no haya marcha atrás. No sé si haya mucho
que podamos hacer, pero sí podemos dejarle claro a nuestros representantes que
no queremos que aprueben nada que no nos hayan consultado a nosotros, no solo
lo que acordaron con sus partidos, por mucho que se trate de un pacto. Se deben
primero a nosotros. Y también debemos cumplir con nuestro deber, primero,
informándonos. Pero por favor, no solo en los noticieros, hay que leer
periódicos, escuchar la radio, averiguar en internet, seguir a nuestros
gobernantes en redes sociales y participar, asistir a foros (y hasta
organizarlos), dar seguimiento a las sesiones de las Cámaras y compartir la
información con nuestros familiares y amigos.
Suena
utópico, pero si no es así, ¿cómo? ¿Cuándo será un buen momento para comenzar?
¿Hasta cuándo vamos a permitir que sigan pasándonos la aplanadora fiscal por
encima sin decir ni hacer nada?
Que ya no
se equivoquen. Creen que gobernar a su modo les será igual de fácil que antes,
sin tomar opinión, unilateralmente, valiéndose de la masa para hacer y deshacer
sin que nadie les plante cara. Pero aquí estamos, y no nos vamos a dejar,
¿verdad?
*Publicado en El Mosquito el 15 de septiembre de 2013.
**Imagen tomada de www.pulsociudadano.com
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