10 de diciembre de 2013

Se nos vino la noche

Se hizo realidad la pesadilla en la que volvían a nuestra mente palabras como “déficit”, “desaceleración” y carga tributaria. Estamos viendo el regreso de aquellas viejas prácticas en las que el gobierno, incapaz de administrarse adecuadamente, pone la carga de su manutención sobre los hombros de la clase media cautiva a través de la nueva reforma hacendaria.
Esta iniciativa fue entregada este domingo al Congreso por el presidente Enrique Peña Nieto y lo que inicialmente llamó la atención fue que en ella no se contemplaba gravar con IVA alimentos y medicinas, como se esperaba según los augurios de diversos analistas económicos. Hasta aquí todo era sorpresa y júbilo por la sensibilidad mostrada por el Ejecutivo hacia la ciudadanía y sus dificultades en el entorno actual.
Sin embargo, en su discurso triunfal de hace una semana el presidente Peña inteligentemente omitió la explicación sobre todo aquello que sí será sujeto de impuestos y dejó esta responsabilidad sobre su Secretario de Hacienda, Luis Videgaray. Y ahí fue cuando se nos vino la noche.
Una vez pasada la euforia inicial, el análisis más profundo nos reveló cosas que parecen casi macabras: se gravarán las colegiaturas, los conciertos, los refrescos, las utilidades, el alimento para mascotas y hasta los chicles.
Ponerle impuesto especial a los refrescos y bebidas azucaradas me parece maravilloso en un país donde la gente bebe cola como agua de uso y donde la obesidad y la diabetes son las principales causas de muerte. Punto a favor.
No obstante, ponerle impuestos a las colegiaturas me parece hacerse un “harakiri”, puesto que está comprobado que la universidad es el principal motor de la movilidad social. Me explico: si alguien pertenece a la clase baja, pero tiene acceso a la educación universitaria, aumentan drásticamente sus posibilidades de subir un peldaño hacia la clase media (o más). Y sucede lo mismo con aquellos de clase media, que con estudios superiores tienen más facilidades para acceder a la clase alta. Por eso, ponerle un impuesto a la educación privada es una señal de falta de interés en el desarrollo, así de simple. Es quitarle a un 70 por ciento de los jóvenes el derecho de acceder a una educación de calidad que, por cierto, el Estado les debería proporcionar. Si las universidades públicas solo pueden atender un 30 por ciento de la demanda, ¿quién se hará cargo de aquellos que no puedan absorber el costo extra que este impuesto implicará?, ¿quién garantizará su derecho a la educación?
Curiosamente el Congreso decidió discutir (y aprobar) esta iniciativa el martes por la noche, justo a la hora en que se transmitía el partido de la Selección Mexicana contra la de Estados Unidos. Dicen que no hay que sospechar, pero, ¿no les suena un poco raro? ¡Es una extraña coincidencia!
Esta brevedad de tiempos –la reforma se presentó el domingo y pasó ¡el martes!- dejó a todos fuera de balance. No hemos terminado de entender de qué se trata y cómo se va a distribuir la nueva carga tributaria, cuando ya la tenemos encima. Por eso han surgido voces exigiendo un análisis más a detalle antes de que el Senado la apruebe y entonces sí ya no haya marcha atrás. No sé si haya mucho que podamos hacer, pero sí podemos dejarle claro a nuestros representantes que no queremos que aprueben nada que no nos hayan consultado a nosotros, no solo lo que acordaron con sus partidos, por mucho que se trate de un pacto. Se deben primero a nosotros. Y también debemos cumplir con nuestro deber, primero, informándonos. Pero por favor, no solo en los noticieros, hay que leer periódicos, escuchar la radio, averiguar en internet, seguir a nuestros gobernantes en redes sociales y participar, asistir a foros (y hasta organizarlos), dar seguimiento a las sesiones de las Cámaras y compartir la información con nuestros familiares y amigos.
Suena utópico, pero si no es así, ¿cómo? ¿Cuándo será un buen momento para comenzar? ¿Hasta cuándo vamos a permitir que sigan pasándonos la aplanadora fiscal por encima sin decir ni hacer nada?

Que ya no se equivoquen. Creen que gobernar a su modo les será igual de fácil que antes, sin tomar opinión, unilateralmente, valiéndose de la masa para hacer y deshacer sin que nadie les plante cara. Pero aquí estamos, y no nos vamos a dejar, ¿verdad?

*Publicado en El Mosquito el 15 de septiembre de 2013.
**Imagen tomada de www.pulsociudadano.com

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