21 de enero de 2016

Catarsis... sobre un tipo de violencia del que a veces ni cuenta nos damos.

Domingo 9 de marzo de 2014.
32 semanas de gestación en ese momento.
10:15 am Llegué con mi esposo al Centro de Congresos para una sesión de fotos de embarazo y espontáneamente se me rompió la fuente, sin razón alguna. Llamé a mi ginecólogo y me pidió verme en su consultorio en 20 minutos.
10:45 am Llegamos al consultorio en el Hospital Ángeles. Después de revisarme, el médico confirma que hay ruptura prematura de membranas (RPM) y me recomienda que si no tuviera un seguro de gastos médicos mayores mejor me fuera al Hospital de Especialidades del Niño y la Mujer, pues por lo prematura de la niña era posible que requiriera incubadora y dependiendo del tiempo que estuviera hospitalizada (cosa que era imposible predecir) el costo en un hospital privado sería incosteable.
11:30 am Ingresé por el área de urgencias al Hospital de Especialidades del Niño y la Mujer (HENM) y me recibió un médico que no me dijo su nombre (ninguno lo hizo de ahí en adelante). Me hizo un tacto vaginal (que según lo que he investigado no es recomendable en caso de RPM) y determinó que era necesario mi ingreso. Me pasan al área de urgencias y comienzan con el tratamiento para la maduración de pulmones, que según él me informó consistía en dos inyecciones de un tipo de cortisona que debían ponerse cada 12 horas (eso me dijeron en un principio). Una vez ahí, pedí ir al baño y me dijeron que no debo levantarme por la condición en la que estaba y que traerán un “pato” para que pueda orinar acostada.
1:30 pm Llegó una enfermera que por fin me puso la inyección de maduración. Me dijo que no había encontrado ningún “pato”, que no había disponibles, así que después de un largo rato de aguantar (no estoy segura cuánto tiempo pasó), me dice que si me urgía tenía que ir a pie, así que me cambió de cama a una que estuviera más cerca del baño. Fui sola al baño, caminando, y regresé a la cama.
Como no hay relojes ni permiten el uso de celulares o dispositivos (me los recogieron al ingresar), me mantuve consciente del tiempo a través del radio que se escucha a lo lejos. La verdad es que no recuerdo del todo cuántas horas pasaron, pero estuve un buen rato en esa sala de espera para ser ingresada a lo que ellos llaman “toco” (tococirugía).
Por la tarde/noche me dijeron que ya me moverían a “toco”, me pasan a una camilla y cuando llegamos, riéndose el camillero me dijo: “mire, la voy a poner aquí para que vea lo que le espera en primera fila”, y me colocó en una camilla justo enfrente de una mujer que estaba dando a luz de parto natural. Después me di cuenta que no está bien que las mujeres tengan así a sus hijos, ya que hay salas de expulsión especiales y esta área es únicamente de espera y tránsito, sin embargo, atestigüé al menos dos partos más en esta zona. Además, en un parto posterior, a una mujer que estaban haciéndole la limpieza final que le realizan al útero (procedimiento que es muy doloroso, según lo que vi) el médico le preguntaba si quería algún método anticonceptivo o que le pusieran el dispositivo de una vez, a lo que ella se negó retorciéndose del dolor. El médico le dijo: “¿Siente cómo le está doliendo? Así le va a seguir doliendo si no se cuida; además, ya tiene cinco hijos”, pero la señora se mantuvo en la negativa, pese al dolor. Este tipo de presión por asumir algún método anticonceptivo es persistente. Lo preguntan mucho, muchas veces, pero no dan verdadera información sobre las ventajas o desventajas de las opciones que ofrecen.
Una vez en “toco”, se me acercó una enfermera que me inyectó medicamento. Mientras estuve despierta (casi todo el tiempo), siempre pregunté qué me ponían, pues ellos (médicos, residentes y enfermeras) llegan y no se presentan, no dan su nombre, no explican, no avisan, ni preguntan nada. Específicamente esa enfermera me puso antibiótico, indicado por la posibilidad de infección dada la RPM. Este medicamento me lo ponían cada 8 horas.
Mientras estuve ahí, cada hora venían residentes a revisarme y siempre me hicieron tacto vaginal, a veces fueron más de dos en una hora. Algunos de ellos usaron gel lubricante en los dedos, cosa que posteriormente supe era incorrecta, pues aumenta el riesgo de infección.
Durante el tiempo que estuve ahí no tuve acceso a agua o alimento alguno y estuve todo el tiempo en una camilla del tipo de las que se usan para emergencias, con la incomodidad que esto representa.
Por la tarde me comunicaron que por fin me subirían a piso, porque ya había espacio. Me trasladaron, aunque tuve que estar un rato en un pasillo, ya que tenían que terminar un trámite y de desocupar la habitación.
Ya en la habitación, le comuniqué a un doctor mi preocupación ya que no sentía movimientos de mi bebé, me revisó y me dijo que no me preocupara, que sí había latido fetal y que me dejaría un monitor para que estuviera tranquila. Mientras trajeron el monitor pude cenar algo (dieta blanda, o sea, gelatina, atole y flan) y por fin tomar agua.
Por la noche, vino otro médico y me preguntó por qué tenía un monitor fetal, que él iba a necesitarlo. Le dije lo que había dicho el otro médico y revisó el informe que imprime el aparato. Me preguntó si había sentido dolor, a lo que respondí que no, que todo estaba bien; me dijo que la máquina indicaba que existían contracciones y que mejor me volvía a bajar a “toco”, así que lo ordenó a las enfermeras y me llevaron nuevamente para allá, donde estuve el resto de la madrugada.
Lunes 10 de marzo
Durante la madrugada del lunes me volvieron a dejar en una camilla de emergencia en “toco”. Estuve todo el tiempo preguntando la hora, ya que el primer médico me había dicho que la inyección de maduración era para cada 12 horas, por lo que no quería que se pasara mi segunda dosis (que según mis cuentas me tocaba a la 1.30 de la mañana, aproximadamente). Llegada la hora, le pregunté a la enfermera si me la aplicaría y, para mi sorpresa, me dijo que el medicamento no estaba indicado en sus instrucciones. Le pedí que verificara y pasó algún tiempo, cuando vino otra enfermera me dijo lo mismo. Les exigí que verificaran, pues la indicación de doctor había sido clara y necesitaba el medicamento para lograr la maduración, a lo que solo me respondían que no estaba indicado. Finalmente, una de ellas trajo a una doctora, quien me informó que inicialmente me habían puesto una dosis de un medicamento diferente al que mencionó el primer doctor y que éste era de una dosis cada 24 horas, por lo que todavía tenía que esperar. Agradecí la explicación.
Nuevamente pasé un tiempo ahí, sin agua ni alimento. Especialmente me molestaba la falta de agua, pues entendí que lo del alimento es en caso de que me tuvieran que anestesiar de emergencia, pero según sé sí es posible beber algo de agua.
Pasó el tiempo y nadie avisó a mis familiares que me habían vuelto a bajar a “toco”, así que a las 11 de la mañana del lunes, a la hora de la visita, mi esposo se encontró solo una cama vacía y tardó tiempo en encontrar quién le informara a dónde me habían llevado, así como mi estado de salud.

Mientras tanto, le pedí a una enfermera que me proporcionara papel y lápiz para poder escribirle un mensaje a mis familiares. Les escribí que estaba bien, que no había comido y que me habían vuelto a bajar a “toco”. Le pedí a una trabajadora social que se los entregara para que estuvieran tranquilos, pues yo estaba segura de que nadie les había avisado que nuevamente estaba en urgencias, cosa que era verdad: afuera tardaron en enterarse.
Según recuerdo, me volvieron a llevar a piso, aunque no recuerdo bien a qué hora. Me pusieron en la misma habitación que la primera vez, donde ya pude almorzar y, al fin, descansar en una cama.
Por la tarde, me volvieron a poner la maduración pulmonar y no tengo muy claro lo que pasó, pero imagino que pasé ahí la noche completa, porque no recuerdo otro incidente.

Martes 11 de marzo
En algún momento del día martes 11 de marzo me trasladaron nuevamente a “toco”, esta vez sí para esperar que se desocupara un quirófano para realizar la cesárea. Según lo que me dijo mi médico posteriormente, tenía que ser preferentemente así pues la bebé era muy pequeña como para resistir un parto natural y podría sufrir más daños. Sin embargo, a mí en el hospital nadie me dio opciones, ni me habló de los riesgos ni de las posibilidades. Simplemente asumí que sería cesárea por lo que me decían (que la larga espera era para que hiciera efecto la maduración y para que se liberara un quirófano para la cirugía). No di mi consentimiento explícito porque nadie me lo pidió, al menos no lo recuerdo.
Después de un rato en “toco” (todo el día, prácticamente), dada la cantidad de horas ahí y la incomodidad de haber sido puesta nuevamente en una camilla de emergencia, llegó un momento donde me sentí muy cansada y con dolor de espalda (me daba miedo dormirme, ya que de lo estrecho de la camilla me daba miedo caerme), así que me senté unos minutos. En ese momento llegó un médico especialista, sin dar su nombre -para variar-, rodeado de jóvenes residentes y me dijo que si nadie me había dicho que tenía ruptura de membranas y que no podía estar sentada. Le respondí que la verdad estaba muy incómoda y que no podía mantenerme acostada ahí, porque además estaba cansada y sin comer ni beber nada, a lo que él respondió de manera muy grosera que yo estaba ahí porque no tenía dinero y porque no me alcanzaría para pagar el costo de atención de mi parto y del cuidado de mi bebé en un hospital privado donde, por lo menos, me costaría 5 mil pesos diarios, con suerte. Me dijo algo como: “¿sí sabe que está aquí porque no le alcanza para eso, verdad?”. Todo esto lo hizo frente a sus estudiantes, cosa que para mí fue muy humillante, pues su tono fue totalmente agresivo y burlón.
Más tarde, una vez que me repuse del mal rato, pedí que me dieran el nombre del médico, pero nadie me lo quiso dar. Al poco tiempo, el mismo médico apareció y en un tono más amable me dijo que me buscaría un lugar más cómodo y la posibilidad de comer algo. Posteriormente, me cambiaron a una camilla un poco más grande, pero nada más.
Miércoles 12 de marzo
Pasé todo el día y gran parte de la noche del martes en la camilla, hasta que, al fin, ya en la madrugada del miércoles 12 de marzo me avisaron que se había liberado un quirófano. Según el reloj del lugar, entré rayando las 2 de la mañana. Me prepararon muy rápido, una enfermera me rasuró el vello púbico sin el menor cuidado (la verdad sí fue muy incómodo) y me pusieron la anestesia. En un tiempo breve, no más de 5 minutos, sentí un poco el efecto de la anestesia, aunque todavía tenía sensación. El doctor procedió a comenzar la cirugía y la verdad ha sido la peor sensación de mi vida. Sé que no sentía en sí dolor, pero la sensación de jaloneo, cortes, movimiento, fue en verdad espeluznante, insoportable en exceso. Comencé a llorar y a gritos le dije al doctor que sestaba sintiendo horrible, pero tanto el anestesista como él me decían en tono de regaño que cooperara, que no me moviera, que no era posible que sintiera nada y menos dolor, que si fuera dolor no lo aguantaría. En algún momento el anestesista me vio con algún artefacto en la mano (no recuerdo si una jeringa o una mascarilla) y me dijo molesto algo como: “¿quieres?, te anestesio pero tu bebé va a nacer sin respirar, ¿eso quieres?” y entre él y el doctor me repetían cosas para que no me moviera, porque si no podría afectar a mi bebé.
Emma nació a las 2:10 de la madrugada. Solo oí un llanto muy leve, casi imperceptible. Vino un médico y me la mostró unos breves segundos y se la llevó. Ahí perdí el conocimiento.
Cuando desperté, ya estaba en una camilla otra vez en “toco”, pero esta vez rodeada de muchas más mujeres, la mayoría de ellas recién paridas y la gran mayoría acompañadas de sus bebés. Todas ellas incómodas, en camillas, haciendo espacio para sus hijos y alimentándolos, pese a que no hay acceso a agua ni alimentos en esta sala de espera y recuperación. 
Lo primero que hice fue preguntar por la salud de mi bebé, sin embargo, nadie me dio informes. Las enfermeras decían que el único que puede proporcionar informes es el pediatra, por lo que les pedí que lo llamaran, a lo que me dijeron que lo checarían, pero nada más. Durante el tiempo que estuve ahí (todo el resto de la madrugada del lunes y la mañana) me visitaron enfermeras, trabajadoras sociales, médicos (ginecólogos), pero nadie me dio informes sobre el estado de salud de mi bebé.
Junto a mí había otra mujer que, como yo, era de las pocas que no tenía a su bebé consigo. Ambas presionamos para que nos dieran informes, pero nadie nos dio alguna respuesta.
A mí me subieron a piso en algún momento entre la mañana y el mediodía. Ya en piso, nuevamente pregunté por mi hija a todos los múltiples visitantes (residentes, médicos, trabajadores sociales y enfermeras), sin obtener de ellos alguna respuesta de ningún tipo. De hecho, en un momento entró una enfermera y me preguntó por mi bebé. Le respondí que no sabía –era verdad- y en tono alterado, como de regaño, me dijo: “¡¿Cómo que no sabe?!”, a lo que le respondí que nadie hasta ese momento se había dignado a darme algún dato o informe, que si por favor ella podía hacer algo al respecto porque no había sido por falta de interés. Más tarde llegó una trabajadora social; cuando le reclamé y le exigí que me diera algún dato sobre el estado de salud de mi bebé, me respondió muy altanera y enojada: “Ese no es mi trabajo”.
Recibí la primera noticia sobre el estado de salud de Emma catorce horas después de haber dado a luz, a las 4 de la tarde y de boca de mi mamá, hasta la hora de visita. Hasta ese momento, nadie del hospital me dio información o datos específicos. Solo pude saber su condición por lo poco que mi madre sabía; ella, por políticas del hospital, no pudo entrar a verla, así que lo que me dijo era por lo que escuchó de segunda mano de mi esposo, que era el único con acceso autorizado a la bebé. Supe que estaba “delicada”, en incubadora y nada más. No sabía sus expectativas de vida, su estado al nacer, incluso no sabía cuándo la vería.
Ya un poco más tranquila, mi enfoque estuvo en poder levantarme al día siguiente para poder ver a mi bebé. Tenía que ir durante las horas de visita, así que a la mañana siguiente, con todo y el dolor de la cirugía recién hecha, me levanté y caminé a verla. Para ver a los bebés hay que hacer fila para registrarse. En el lugar hay sillas insuficientes, así que todas las mamás recién operadas o paridas tienen que esperar, de pie, con el dolor que esto implica, para poder pasar. Una vez dentro, tampoco hay sillas, por lo que hay que inclinarse sobre la incubadora, lo que es doloroso e incómodo, muy desgastante, aunque todas lo hacemos sin chistar pues porque la prioridad es poder ver a nuestros hijos. Ahí, tampoco nadie explica, salvo que esté presente el pediatra, cosa que no sucedía en todos los turnos.
Poco a poco vimos que la niña se recuperaba y todas nuestras energías estaban puestas en eso, por lo que casi olvidé por completo todo el proceso vivido, que fue muy traumático.
En mi primer baño después de la cirugía, me di cuenta de que me hicieron una incisión vertical, que me dejó una cicatriz horrible, chueca, muy irregular. Ahora sé que esas incisiones solo están recomendadas en casos especiales, como placenta previa, cosa que no presenté.

Yo fui dada de alta el viernes 14 de marzo. Mi hija salió del hospital el 23 de marzo. Ahí terminó la pesadilla que fue vivir este proceso en el Hospital de Especialidades del Niño y la Mujer.