16 de mayo de 2006

ONCE


ONCE
Originally uploaded by gildaria.
Por Sandra Cisneros

Lo que nadie entiende sobre los cumpleaños, y lo que nadie te dice nunca, es que cuando cumples once también tienes diez. Y nueve, y ocho, y siete, y cinco, y cuatro, y tres, y dos, y uno. Y cuando despiertas el día que cumples once años, esperas sentirte de once, pero no te sientes. Abres los ojos y todo está igualito que ayer, sólo que es hoy. Y no te sientes como si tuvieras once para nada. Todavía te sientes como si tuvieras diez. Y sí los tienes, por debajo del año que te hace tener once.
Algunos días puede que digas algo estúpido y esa es la parte de ti que todavía tiene diez. Y otros días puede que necesites sentarte en las piernas de tu mamá porque tienes miedo y ésa es la parte de ti que tiene cinco. Y tal vez un día cuando ya seas grande necesites llorar como si tuvieras tres y está bien. Eso es lo que le digo a mamá cuando está triste y necesita llorar. Tal vez se siente como si tuviera tres.
Porque el modo como uno se hace viejo es un poco como una cebolla, o los anillos dentro de un tronco de árbol, o como mis muñequitas de madera esas que se pueden meter una dentro de la otra, cada año dentro del siguiente. Así es tener once años.
No te sientes de once. No luego, luego. Tardas unos días, o semanas, a veces hasta meses antes de que puedas contestar ‘once’ cuando alguien te pregunta la edad. Y no te sientes una niña inteligente como de once, hasta que ya casi tienes doce. Así es.
Sólo que hoy quisiera no tener sólo once años repiqueteando dentro de mí, sonando como moneditas en una lata. Hoy quisiera tener ciento dos en lugar de once, porque si tuviera ciento dos habría sabido qué decir cuando la Miss Price puso el suéter rojo encima de mi mesa. Habría sabido cómo decirle que no era mío, en lugar de quedarme sentada ahí con esa carota y sin poder decir ni pío.
-¿De quién es esto? – pregunta Miss Price y levanta el suéter rojo para que toda la clase lo vea. -¿De quién?, ha estado metido en el ropero durante un mes.
-No es mío- dice todo el mundo. -No, no mío no.
-De alguien tiene que ser- sigue diciendo la Miss Price, pero nadie se puede acordar.
Es un suéter bien feo con botones de plástico rojos, y un cuello y unas mangas tan estiradas que podrían usarse para jugar a saltar la cuerda. Debe tener mil años y aunque fuera mío nunca de los nuncas lo diría.
Tal vez porque soy flaquita, tal vez porque no le caigo bien o porque me tiene mala fe, la estúpida de la Sylvia Saldívar dice:
-Creo que es de Raquel. Un suéter como ése, todo piojoso y viejo. Y la Miss Price le cree. La Miss Price agarra el suéter y lo pone justo encima de mi escritorio, pero cuando abro la boca no me sale nada.
-Éste no es… Yo no… Usted no… No es mío, –digo por fin con una vocecita que tal vez era yo cuando tenía cuatro.
-Claro que es tuyo –dice la Miss Price –Me acuerdo de habértelo visto alguna vez –como es más grande que yo y es la maestra tiene razón y yo no.
No es mío, no es mío, no es mío, pero la Miss Price ya está pasando a la página treinta y dos y al problema de matemáticas número cuatro. No sé por qué, pero de repente me siento enferma adentro, como si la parte de mí que tiene tres quisiera salirme por los ojos, entonces los cierro con todas mis ganas y aprieto bien duros los dientes y me trato de acordar que hoy cumplo once años, once. Mi mamá me está haciendo un pastel para hoy en la noche y cuando mi papá llegue a casa todos van a cantar: Happy Birthday, Happy Birthday to you.
Pero cuando se me pasan las ganas de vomitar y abro los ojos, el suéter rojo todavía está ahí parado como una montañota roja, Muevo el suéter a la esquina de mi escritorio con la regla. Muevo mi lápiz, libros y goma tan lejos de él como sea posible. Hasta muevo mi silla un poquito pa' la derecha. No es mío, no es mío, no es mío.
Estoy pensando por dentro cuánto falta para el recreo, cuánto falta para que pueda agarrar el suéter rojo y tirarlo por encima de la barda de la escuela o dejarlo ahí colgado en algún parquímetro o hacerlo bolita y aventarlo al callejón. Pero cuando acaba la clase de matemáticas la Miss Price dice fuerte y enfrente de todos:
-¡Vamos Raquel, ya basta! –porque ve que empujé el suéter rojo hasta la orillita de mi escritorio donde cuelga como una cascada, pero no me importa.
-Raquel –vuelve a decir la Miss Price y lo dice como si se estuviera enojando –Ponte ese suéter inmediatamente y déjate de tonterías.
-Pero si no es…
-¡Ya! –dice Miss Price..
Y es ahora cuando quisiera no tener once, porque todos los años dentro mío -los diez, los nueve, los ocho, los siete, los seis, los cinco, los cuatro, los tres, el dos y el uno- están queriéndose salir desde dentro de mis ojos mientras meto un brazo por una manga del suéter que huele a queso añejo, y luego el otro brazo por la otra y me paro con los brazos abiertos como si el suéter me hiciera daño y sí me hace, todo sarnoso y lleno de microbios que ni siquiera son míos.
Y de repente todo lo que he estado guardando dentro desde esta mañana, desde que la Miss Price puso el suéter en mi escritorio, por fin sale y de pronto estoy llorando enfrente de todo mundo. Quisiera ser invisible, pero no lo soy. Tengo once años, hoy es mi cumpleaños y estoy llorando frente a todos como si tuviera tres. Pongo la cabeza sobre el escritorio y entierro la cara en mi estúpido suéter de mangas de payaso. Mi cara toda caliente y la baba escurriéndome de la boca porque no puedo parar los ruiditos de animal que salen de mí hasta que ya no me quedan lágrimas en los ojos y mi cuerpo está temblando como cuando tienes hipo, y me duele toda la cabeza como cuando tomas leche demasiado aprisa.
Pero lo peor sucede justo antes de que suene la campana para el recreo. La estúpida de Phillys López, que es todavía más tonta que Sylvia Saldívar, dice que se acuerda que el suéter rojo es ¡suyo! Me lo quito inmediatamente y se lo doy, pero la Miss Price hace como si no hubiera pasado nada.
Hoy cumplo once años. Mamá está haciendo un pastel para hoy y cuando papá llegue a casa nos lo vamos a comer. Van a haber velitas y regalos y todo el mundo va a cantar: Happy birthday, happy birthday Raquel; sólo que ya pa' qué.
Hoy cumplo once años. Hoy tengo once. Tengo once, diez, nueve, ocho, siete, seis, cinco, cuatro, tres, dos y uno, pero quisiera tener ciento dos. Me gustaría tener cualquier edad menos once, porque quiero que el día de hoy esté ya muy, muy lejos, tan lejos como un globo que se escapa, como una “o” chiquita en el cielo, tan tan chiquitita que hay que cerrar los ojos para verla.

6 comentarios:

Feñomeno dijo...

Hey!!!que buen momento me he regalado leyendo tu escrito...está entretenido, conmovedor, tierno, inteligente...no sé, en una palabra diría que es un escrito "completo"...me he reido, he tenido ganas de llorar, he recordado pasajes de mi vida, no sé mil cosas y sensaciones.

Hace unos días cumplí 26, pero creo que hasta ahora solo he asumido unos 15...espero que eso no sea demasiado grave...jejejeeje.

Yap, Bss,

Maus! dijo...

cuando escribiste eso? me gusta!

konus dijo...

Y como yo voy a pasar mi cumpleaños 25 y 26 fuera del país... celebraré a mi retorno el cumpleaños número 51!!!

Un beso :)

Anónimo dijo...

Mamás, niños, bebés...

¿Quiéres ser mamá?

Mademoiselle Peligro dijo...

No, no quiero ser mamá! Bueno, sí, pero no ahorita... falta algún tiempo para eso...
:D

Anónimo dijo...

Sandra Cisneros es increíble... gracias por publicar este cuente abierto al público, ilustra muy bien nuestras vida y cómo las experiencias nunca son sólo "el pasado", pero nuestro presente... son las que definen lo que somos....