… y aquí estoy, con mi aliento de guayaba y los buenos días aún pegados a las lagañas que por más que me tallé los ojos se negaron a salir de todo.
Hoy tengo ganas de contarles muchas cosas. Quiero contarles que me di cuenta que cuando no tengo puestos los lentes la gente no tiene rostro, por lo tanto, nadie es feo ni guapo, son sólo personas, eso sí, sin manos ni pies y si están muy lejos, tampoco tienen piernas ni brazos, pero ah cómo llevan colores… me alegra haberle encontrado un lado positivo a mi cuasi ceguera y les comunico que me ha dado tanto gusto que quiero hacer una fiesta.
Una fiesta de ciegos, donde todos nos tapásemos los ojos y jugáramos a encontrar el traste de la botana o a destapar las cheves sin abrir los ojos… sé qué sería muy divertido sentir las serpentinas y el confeti caer por nuestras nucas (aunque un poco extraño, acostumbrados siempre a la lluvia de colores)… y luego descubrir, divertidos, que a alguien le huele el sope, pero estar impedidos de poder determinar a ciencia cierta quién es, si el indicado hiciera mutis para evitar ser identificado (ante lo cual propondría una guerra de cosquillas, tratando de adivinar a carcajadas de quién se trata)
Después, tomaríamos un disco al azar y lo pondríamos en la grabadora (gana el que encuentre el ‘play’) y sé que moriríamos de la risa al descubrir que tomamos alguna cosa absurda de las que tengo guardadas, como el nuevo disco de Gloria Trevi (sí y qué?) o alguna cosa de los estrambóticos o yo que sé, los veinte cañonazos cumbieros del 2003…
Seguro alguien tropezaría y nos daría el susto de la noche, pero al descubrir que todo está bien, nos proporcionaría la anécdota chusca de la noche y entonces volveríamos a reír y comeríamos sándwiches cuyo aspecto no sería tan bueno como su sabor, pero finalmente nadie lo notaría y todos pediríamos más…
Luego comenzaríamos una guerra de abrazos, tan inesperados como agradecidos, y sería muy bonito poder decirnos ‘te quiero’ no viéndonos a los ojos (recordemos que somos ciegos) sino tocándonos el corazón…
Y después nos despediríamos, obligados a abrir los ojos, y la luz nos lastimaría por un momento, pero estaríamos felices de recordar cómo es el mundo de luces refractadas, aunque conservaríamos con cariño el recuerdo de la noche en que todos fuimos ciegos…