Domingo 9 de marzo de 2014.
32 semanas de
gestación en ese momento.
10:15 am Llegué con
mi esposo al Centro de Congresos para una sesión de fotos de embarazo y
espontáneamente se me rompió la fuente, sin razón alguna. Llamé a mi ginecólogo
y me pidió verme en su consultorio en 20 minutos.
10:45 am Llegamos al
consultorio en el Hospital Ángeles. Después de revisarme, el médico confirma
que hay ruptura prematura de membranas (RPM) y me recomienda que si no tuviera
un seguro de gastos médicos mayores mejor me fuera al Hospital de
Especialidades del Niño y la Mujer, pues por lo prematura de la niña era
posible que requiriera incubadora y dependiendo del tiempo que estuviera
hospitalizada (cosa que era imposible predecir) el costo en un hospital privado
sería incosteable.
11:30 am Ingresé por
el área de urgencias al Hospital de Especialidades del Niño y la Mujer (HENM) y
me recibió un médico que no me dijo su nombre (ninguno lo hizo de ahí en adelante).
Me hizo un tacto vaginal (que según lo que he investigado no es recomendable en
caso de RPM) y determinó que era necesario mi ingreso. Me pasan al área de
urgencias y comienzan con el tratamiento para la maduración de pulmones, que
según él me informó consistía en dos inyecciones de un tipo de cortisona que
debían ponerse cada 12 horas (eso me dijeron en un principio). Una vez ahí,
pedí ir al baño y me dijeron que no debo levantarme por la condición en la que
estaba y que traerán un “pato” para que pueda orinar acostada.
1:30 pm Llegó una
enfermera que por fin me puso la inyección de maduración. Me dijo que no había
encontrado ningún “pato”, que no había disponibles, así que después de un largo
rato de aguantar (no estoy segura cuánto tiempo pasó), me dice que si me urgía
tenía que ir a pie, así que me cambió de cama a una que estuviera más cerca del
baño. Fui sola al baño, caminando, y regresé a la cama.
Como no hay relojes
ni permiten el uso de celulares o dispositivos (me los recogieron al ingresar),
me mantuve consciente del tiempo a través del radio que se escucha a lo lejos.
La verdad es que no recuerdo del todo cuántas horas pasaron, pero estuve un
buen rato en esa sala de espera para ser ingresada a lo que ellos llaman “toco”
(tococirugía).
Por la tarde/noche me
dijeron que ya me moverían a “toco”, me pasan a una camilla y cuando llegamos,
riéndose el camillero me dijo: “mire, la voy a poner aquí para que vea lo que
le espera en primera fila”, y me colocó en una camilla justo enfrente de una mujer
que estaba dando a luz de parto natural. Después me di cuenta que no está bien
que las mujeres tengan así a sus hijos, ya que hay salas de expulsión
especiales y esta área es únicamente de espera y tránsito, sin embargo,
atestigüé al menos dos partos más en esta zona. Además, en un parto posterior,
a una mujer que estaban haciéndole la limpieza final que le realizan al útero
(procedimiento que es muy doloroso, según lo que vi) el médico le preguntaba si
quería algún método anticonceptivo o que le pusieran el dispositivo de una vez,
a lo que ella se negó retorciéndose del dolor. El médico le dijo: “¿Siente cómo
le está doliendo? Así le va a seguir doliendo si no se cuida; además, ya tiene
cinco hijos”, pero la señora se mantuvo en la negativa, pese al dolor. Este
tipo de presión por asumir algún método anticonceptivo es persistente. Lo
preguntan mucho, muchas veces, pero no dan verdadera información sobre las
ventajas o desventajas de las opciones que ofrecen.
Una vez en “toco”, se
me acercó una enfermera que me inyectó medicamento. Mientras estuve despierta
(casi todo el tiempo), siempre pregunté qué me ponían, pues ellos (médicos,
residentes y enfermeras) llegan y no se presentan, no dan su nombre, no
explican, no avisan, ni preguntan nada. Específicamente esa enfermera me puso
antibiótico, indicado por la posibilidad de infección dada la RPM. Este
medicamento me lo ponían cada 8 horas.
Mientras estuve ahí,
cada hora venían residentes a revisarme y siempre me hicieron tacto vaginal, a
veces fueron más de dos en una hora. Algunos de ellos usaron gel lubricante en
los dedos, cosa que posteriormente supe era incorrecta, pues aumenta el riesgo
de infección.
Durante el tiempo que
estuve ahí no tuve acceso a agua o alimento alguno y estuve todo el tiempo en
una camilla del tipo de las que se usan para emergencias, con la incomodidad
que esto representa.
Por la tarde me
comunicaron que por fin me subirían a piso, porque ya había espacio. Me
trasladaron, aunque tuve que estar un rato en un pasillo, ya que tenían que
terminar un trámite y de desocupar la habitación.
Ya en la habitación,
le comuniqué a un doctor mi preocupación ya que no sentía movimientos de mi
bebé, me revisó y me dijo que no me preocupara, que sí había latido fetal y que
me dejaría un monitor para que estuviera tranquila. Mientras trajeron el
monitor pude cenar algo (dieta blanda, o sea, gelatina, atole y flan) y por fin
tomar agua.
Por la noche, vino
otro médico y me preguntó por qué tenía un monitor fetal, que él iba a
necesitarlo. Le dije lo que había dicho el otro médico y revisó el informe que
imprime el aparato. Me preguntó si había sentido dolor, a lo que respondí que
no, que todo estaba bien; me dijo que la máquina indicaba que existían
contracciones y que mejor me volvía a bajar a “toco”, así que lo ordenó a las
enfermeras y me llevaron nuevamente para allá, donde estuve el resto de la
madrugada.
Lunes 10 de marzo
Durante la madrugada
del lunes me volvieron a dejar en una camilla de emergencia en “toco”. Estuve
todo el tiempo preguntando la hora, ya que el primer médico me había dicho que
la inyección de maduración era para cada 12 horas, por lo que no quería que se
pasara mi segunda dosis (que según mis cuentas me tocaba a la 1.30 de la
mañana, aproximadamente). Llegada la hora, le pregunté a la enfermera si me la
aplicaría y, para mi sorpresa, me dijo que el medicamento no estaba indicado en
sus instrucciones. Le pedí que verificara y pasó algún tiempo, cuando vino otra
enfermera me dijo lo mismo. Les exigí que verificaran, pues la indicación de
doctor había sido clara y necesitaba el medicamento para lograr la maduración,
a lo que solo me respondían que no estaba indicado. Finalmente, una de ellas
trajo a una doctora, quien me informó que inicialmente me habían puesto una
dosis de un medicamento diferente al que mencionó el primer doctor y que éste
era de una dosis cada 24 horas, por lo que todavía tenía que esperar. Agradecí
la explicación.
Nuevamente pasé un
tiempo ahí, sin agua ni alimento. Especialmente me molestaba la falta de agua,
pues entendí que lo del alimento es en caso de que me tuvieran que anestesiar
de emergencia, pero según sé sí es posible beber algo de agua.
Pasó el tiempo y nadie
avisó a mis familiares que me habían vuelto a bajar a “toco”, así que a las 11
de la mañana del lunes, a la hora de la visita, mi esposo se encontró solo una
cama vacía y tardó tiempo en encontrar quién le informara a dónde me habían
llevado, así como mi estado de salud.
Mientras tanto, le pedí a una enfermera que me proporcionara papel y lápiz para poder escribirle un mensaje a mis familiares. Les escribí que estaba bien, que no había comido y que me habían vuelto a bajar a “toco”. Le pedí a una trabajadora social que se los entregara para que estuvieran tranquilos, pues yo estaba segura de que nadie les había avisado que nuevamente estaba en urgencias, cosa que era verdad: afuera tardaron en enterarse.
Mientras tanto, le pedí a una enfermera que me proporcionara papel y lápiz para poder escribirle un mensaje a mis familiares. Les escribí que estaba bien, que no había comido y que me habían vuelto a bajar a “toco”. Le pedí a una trabajadora social que se los entregara para que estuvieran tranquilos, pues yo estaba segura de que nadie les había avisado que nuevamente estaba en urgencias, cosa que era verdad: afuera tardaron en enterarse.
Según recuerdo, me
volvieron a llevar a piso, aunque no recuerdo bien a qué hora. Me pusieron en
la misma habitación que la primera vez, donde ya pude almorzar y, al fin, descansar
en una cama.
Por la tarde, me
volvieron a poner la maduración pulmonar y no tengo muy claro lo que pasó, pero
imagino que pasé ahí la noche completa, porque no recuerdo otro incidente.
Martes 11 de marzo
En algún momento del
día martes 11 de marzo me trasladaron nuevamente a “toco”, esta vez sí para
esperar que se desocupara un quirófano para realizar la cesárea. Según lo que
me dijo mi médico posteriormente, tenía que ser preferentemente así pues la
bebé era muy pequeña como para resistir un parto natural y podría sufrir más
daños. Sin embargo, a mí en el hospital nadie me dio opciones, ni me habló de
los riesgos ni de las posibilidades. Simplemente asumí que sería cesárea por lo
que me decían (que la larga espera era para que hiciera efecto la maduración y
para que se liberara un quirófano para la cirugía). No di mi consentimiento
explícito porque nadie me lo pidió, al menos no lo recuerdo.
Después de un rato en
“toco” (todo el día, prácticamente), dada la cantidad de horas ahí y la
incomodidad de haber sido puesta nuevamente en una camilla de emergencia, llegó
un momento donde me sentí muy cansada y con dolor de espalda (me daba miedo
dormirme, ya que de lo estrecho de la camilla me daba miedo caerme), así que me
senté unos minutos. En ese momento llegó un médico especialista, sin dar su
nombre -para variar-, rodeado de jóvenes residentes y me dijo que si nadie me
había dicho que tenía ruptura de membranas y que no podía estar sentada. Le
respondí que la verdad estaba muy incómoda y que no podía mantenerme acostada
ahí, porque además estaba cansada y sin comer ni beber nada, a lo que él respondió
de manera muy grosera que yo estaba ahí porque no tenía dinero y porque no me
alcanzaría para pagar el costo de atención de mi parto y del cuidado de mi bebé
en un hospital privado donde, por lo menos, me costaría 5 mil pesos diarios,
con suerte. Me dijo algo como: “¿sí sabe que está aquí porque no le alcanza
para eso, verdad?”. Todo esto lo hizo frente a sus estudiantes, cosa que para
mí fue muy humillante, pues su tono fue totalmente agresivo y burlón.
Más tarde, una vez
que me repuse del mal rato, pedí que me dieran el nombre del médico, pero nadie
me lo quiso dar. Al poco tiempo, el mismo médico apareció y en un tono más
amable me dijo que me buscaría un lugar más cómodo y la posibilidad de comer
algo. Posteriormente, me cambiaron a una camilla un poco más grande, pero nada
más.
Miércoles 12 de marzo
Pasé todo el día y
gran parte de la noche del martes en la camilla, hasta que, al fin, ya en la
madrugada del miércoles 12 de marzo me avisaron que se había liberado un
quirófano. Según el reloj del lugar, entré rayando las 2 de la mañana. Me
prepararon muy rápido, una enfermera me rasuró el vello púbico sin el menor
cuidado (la verdad sí fue muy incómodo) y me pusieron la anestesia. En un
tiempo breve, no más de 5 minutos, sentí un poco el efecto de la anestesia,
aunque todavía tenía sensación. El doctor procedió a comenzar la cirugía y la
verdad ha sido la peor sensación de mi vida. Sé que no sentía en sí dolor, pero
la sensación de jaloneo, cortes, movimiento, fue en verdad espeluznante,
insoportable en exceso. Comencé a llorar y a gritos le dije al doctor que
sestaba sintiendo horrible, pero tanto el anestesista como él me decían en tono
de regaño que cooperara, que no me moviera, que no era posible que sintiera
nada y menos dolor, que si fuera dolor no lo aguantaría. En algún momento el
anestesista me vio con algún artefacto en la mano (no recuerdo si una jeringa o
una mascarilla) y me dijo molesto algo como: “¿quieres?, te anestesio pero tu
bebé va a nacer sin respirar, ¿eso quieres?” y entre él y el doctor me repetían
cosas para que no me moviera, porque si no podría afectar a mi bebé.
Emma nació a las 2:10
de la madrugada. Solo oí un llanto muy leve, casi imperceptible. Vino un médico
y me la mostró unos breves segundos y se la llevó. Ahí perdí el conocimiento.
Cuando desperté, ya
estaba en una camilla otra vez en “toco”, pero esta vez rodeada de muchas más
mujeres, la mayoría de ellas recién paridas y la gran mayoría acompañadas de
sus bebés. Todas ellas incómodas, en camillas, haciendo espacio para sus hijos
y alimentándolos, pese a que no hay acceso a agua ni alimentos en esta sala de
espera y recuperación.
Lo primero que hice
fue preguntar por la salud de mi bebé, sin embargo, nadie me dio informes. Las
enfermeras decían que el único que puede proporcionar informes es el pediatra,
por lo que les pedí que lo llamaran, a lo que me dijeron que lo checarían, pero
nada más. Durante el tiempo que estuve ahí (todo el resto de la madrugada del
lunes y la mañana) me visitaron enfermeras, trabajadoras sociales, médicos
(ginecólogos), pero nadie me dio informes sobre el estado de salud de mi bebé.
Junto a mí había otra
mujer que, como yo, era de las pocas que no tenía a su bebé consigo. Ambas
presionamos para que nos dieran informes, pero nadie nos dio alguna respuesta.
A mí me subieron a
piso en algún momento entre la mañana y el mediodía. Ya en piso, nuevamente
pregunté por mi hija a todos los múltiples visitantes (residentes, médicos,
trabajadores sociales y enfermeras), sin obtener de ellos alguna respuesta de
ningún tipo. De hecho, en un momento entró una enfermera y me preguntó por mi bebé.
Le respondí que no sabía –era verdad- y en tono alterado, como de regaño, me
dijo: “¡¿Cómo que no sabe?!”, a lo que le respondí que nadie hasta ese momento
se había dignado a darme algún dato o informe, que si por favor ella podía
hacer algo al respecto porque no había sido por falta de interés. Más tarde
llegó una trabajadora social; cuando le reclamé y le exigí que me diera algún
dato sobre el estado de salud de mi bebé, me respondió muy altanera y enojada:
“Ese no es mi trabajo”.
Recibí la primera noticia
sobre el estado de salud de Emma catorce horas después de haber dado a luz, a
las 4 de la tarde y de boca de mi mamá, hasta la hora de visita. Hasta ese
momento, nadie del hospital me dio información o datos específicos. Solo pude
saber su condición por lo poco que mi madre sabía; ella, por políticas del
hospital, no pudo entrar a verla, así que lo que me dijo era por lo que escuchó
de segunda mano de mi esposo, que era el único con acceso autorizado a la bebé.
Supe que estaba “delicada”, en incubadora y nada más. No sabía sus expectativas
de vida, su estado al nacer, incluso no sabía cuándo la vería.
Ya un poco más
tranquila, mi enfoque estuvo en poder levantarme al día siguiente para poder
ver a mi bebé. Tenía que ir durante las horas de visita, así que a la mañana
siguiente, con todo y el dolor de la cirugía recién hecha, me levanté y caminé
a verla. Para ver a los bebés hay que hacer fila para registrarse. En el lugar
hay sillas insuficientes, así que todas las mamás recién operadas o paridas tienen
que esperar, de pie, con el dolor que esto implica, para poder pasar. Una vez
dentro, tampoco hay sillas, por lo que hay que inclinarse sobre la incubadora,
lo que es doloroso e incómodo, muy desgastante, aunque todas lo hacemos sin
chistar pues porque la prioridad es poder ver a nuestros hijos. Ahí, tampoco
nadie explica, salvo que esté presente el pediatra, cosa que no sucedía en
todos los turnos.
Poco a poco vimos que
la niña se recuperaba y todas nuestras energías estaban puestas en eso, por lo
que casi olvidé por completo todo el proceso vivido, que fue muy traumático.
En mi primer baño
después de la cirugía, me di cuenta de que me hicieron una incisión vertical,
que me dejó una cicatriz horrible, chueca, muy irregular. Ahora sé que esas
incisiones solo están recomendadas en casos especiales, como placenta previa,
cosa que no presenté.
Yo fui dada de alta
el viernes 14 de marzo. Mi hija salió del hospital el 23 de marzo. Ahí terminó
la pesadilla que fue vivir este proceso en el Hospital de Especialidades del
Niño y la Mujer.