21 de septiembre de 2005
mi hogar
Lo que pensé en ese instante me dejó helada: yo ya no tengo una familia, al menos no en el sentido estricto de la palabra.
no vivo con papá, ni con mamá (ni ellos viven juntos entre sí)
Mi hermano menos vive solo en México y la menor con mi mamá en Tamaulipas. Papá está solo en Pachuca. Y yo estoy sola aquí.
Y extrañé mucho tener un papá y una mamá de regaños engorrosos, unos hermanos intolerables, y todas esas cosas que una familia encierra.
Extrañé el pozole y el 'pásame las tostadas'.
Extrañé los consejos no pedidos, y los abrazos ansiosamente esperados. Extrañé las palabras de aliento y el embarazoso momento en el que la mamá te presume con sus amigos.
Extrañe la risa de mi hermana, sus comentarios agudos, sus arranques de rabia.
Extrañé a mi hermano, incluso su ausencia, su creatividad y su energía inagotable.
Extrañé los pasteles de cumpleaños, las mañanitas y el infaltable 'buenas noches, que descanses'.
Los extraño mucho y seguiré extrañándolos, como se extraña la niñez, como se añoran los buenos tiempos.
5 de septiembre de 2005
me dicen el desaparecido...
Me dicen el desaparecido
fantasma que nunca está
me dicen el desagradecido
pero esa no es la verdad...
Ayer me encontré en la calle con dos ilegales centroamericanos.
Provenientes de El Salvador, los dos hombres me pidieron ayuda, pues el pollero que les había prometido llevarlos a la frontera los había abandonado en la carretera, entre Celaya y Querétaro.
Querían saber dónde estaban las vías del tren. Caminé con ellos un trecho para encaminarlos a la estación, mientras me contaban su historia.
Ambos habían llegado ya hasta Saltillo, después de dos meses de peregrinar, donde se refugiaban en la Casa del Migrante. Allá contactaron un pollero, el cual les pidió 2 mil dólares por llevarlos a la frontera, que queda a pocas horas de donde se encontraban.
Sin embargo, el muy cabrón decidió venir a abandonarlos a 8 horas de camino, robarles su dinero y dejarlos aquí, a la deriva.
Aquí buscaban ayuda, porque no querían pasar la noche en la ciudad -saben que es peligroso- y yo, lo más que pude hacer fue mostrarles el camino hacia las vías del tren.
Pensé muchas cosas: podía alojarlos en mi casa, pero, ¿quién me aseguraba que no se trataba de un engaño?... podía denunciarlos a Migración, así al menos me aseguraba que los bañarían, que tendrían comida y un lugar seguro dónde dormir, y que en menos de una semana estarían en su hogar, en El Salvador, sanos y salvos.
Pero ellos me lo dijeron: si nos regresan, nosotros lo vamos a volver a intentar. ¿Quién era yo para truncar su camino, entonces?
Así las cosas me contaron que en su país a lo más que podían aspirar era a ganar 3 dólares al día por 8 horas de trabajo como jornaleros.
Salieron de allá hace dos meses y siguen en busca de llegar.
Llegamos a la parada del camión, les di los 20 pesos que tenía en ese momento, les indiqué qué camión podría llevarlos a la estación del tren y les desee mucha suerte.
Cuando llegué a mi trabajo (que era a donde me dirigía antes de encontrarlos) me di cuenta que no les pregunté sus nombres... ni ellos el mío.
Ojalá tengan mejor suerte.
PD. Den click en el título... hay que continuar el cuento-cadáver